Cada instante, un reto

miércoles, 8 de abril de 2009

Salvajes (2ª parte)

Todo pudo hacerse en aquel lejano lugar. De principio a fin. Desde lo imaginable hasta la más remota idea que les augurara un futuro impecable. Impoluto. Inglaterra era respetable e importante. Era grande, muy grande. Era esclava de su afán por descubrir. Pero era una esclava sana, en positivo. Porque la ambición no es algo de lo que se deba abochornar una nación. No es algo de lo que se deba arrepentir un imperio.
Inglaterra actuaba de buena fe. Sólo luchaba por construir un mundo mejor, como buena nación europea que era. Comerciaba, como buena hija del librecambismo. Cosechaba, como buena terrateniente. Apartaba a la mujer de la actividad social, como buena protectora que trata de evitar riesgos innecesarios.
Sólo arrasaba las formas tradicionales de agricultura y pastoreo, para implantar otras más prósperas y eficaces. Elevaba los impuestos en aquel lejano lugar, para aumentar la renta per cápita y mejorar su calidad de vida.
¡Qué injusto sería el mundo si culpara al imperio británico de lograr que los ignorantes de aquel lejano lugar abandonaran sus horribles costumbres! ¡Qué injusto sería el mundo si culpara a la gran Inglaterra de ampliar los mercados hasta el infinito! Qué injusto sería, ¿verdad?
[...]

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