Cada instante, un reto

miércoles, 8 de abril de 2009

Salvajes (3ª parte)

La noche se agota. Ya se escuchan los primeros suspiros del Sol. Son débiles y prematuros, pero prometen un gran día. Ha dejado de llover. Y la mugre que ayer cubría las calles ha desaparecido. Se respira una extraña sensación. Huele a miedo. El amor a la oscuridad y a las largas tormentas ha resultado no ser tan inocente como parecía. Todo empieza a temblar. La tierra, el cielo y las mentes pensantes. Ahora los que se desvanecen son los sueños. Los sentimientos nobles. Las que se desdibujan son las utopías. Las ilusiones. Las falsas creencias. Las mentiras.
Sí. Todo pudo hacerse y deshacerse en aquel lejano lugar. De principio a fin. Pero Inglaterra y su majestuoso círculo de amistades no serían culpables si no fuera porque cuarenta millones de africanos fueron esclavizados. Marfil, cacao, algodón, café. Cualquier excusa fue buena para autoproclamarse dueños del planeta. Y fue este sentimiento de superioridad el que le arrebató a Inglaterra todo el argumento que le servía de escudo.
¡Pobres! No les gustaba su trabajo, pero el título de raza superior les obligaba a salvar a los ignorantes de sus burdas ideas. Era un deber moral acabar con sus culturas y sus costumbres porque no eran dignas para un gran Imperio.
“La Sociedad para la Supresión de las Costumbres Salvajes”. Sí, suena imperial. Es la mejor forma de acabar con la amenaza. Qué amenazante era un campesino labrando sus tierras, ¿verdad?
La solución es destruir los cultivos para sembrar productos que sean exportables. Y subir los impuestos para que los pocos que queden con tierras propias se arruinen y se vean obligados a trabajar para nosotros. Sí, suena imperial. Bajemos también los precios de los alimentos, así sus sueldos podrán descender a la velocidad del rayo. Eduquémosles para que sean más eficientes y trabajen mejor, el hambre está mermando sus fuerzas. Y apartemos a las mujeres de todo esto. Ellas deben permanecer en su mundo para no empeorar el nuestro.Sí, ahora sí. Empiezo a oír el repique de campanas de la catedral de Westminster. Cuando volvamos a casa, nos recibirán como héroes. Reconocerán nuestra gran labor humanitaria y envidiarán nuestra fortuna. Querrán trabajar para nosotros. Lástima que no sean negros y no se dejen dominar tan fácilmente.
[...]

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